Capítulo 5 La vida cultural

12.12.2019

En este capítulo, el autor relata aspectos de la vida cultural bogotana como, por ejemplo, la llegada del correo, las tendencias literarias y la prensa. Es importante resaltar el énfasis que hace en lo que respecta a la educación pues expone las escuelas que existen en la capital, la formación de las mujeres y todo lo referente a la Universidad Nacional de Colombia: su historia y organización, el plan de estudios y disciplina, los profesores y estudiantes y la vida estudiantil. Al final del capítulo el autor realiza un recuento de algunas obras de la literatura colombiana y de la canción popular.

De esta manera, narra que dos o tres veces por mes llegan a Bogotá los envíos postales europeos, estableciendo el enlace con la patria. Dichos envíos no se reparten a domicilio, sino que cada uno va a recogerlos a la única oficina de correos existente. La llegada del correo se anuncia mediante banderas de colores que se izan en el gran mástil de la esquina del edificio donde está la oficina, siendo distintos los colores según la dirección de los correos arribados. Cuando, después de inquieta espera, se mira subir la bandera roja, blanca y roja con nueve estrellas negras, signo del correo de ultramar, los presuntos destinatarios se apresuran a retirar sus mensajerías.

Sobre la vida cultural, el autor afirma que los colombianos gustan de las ciencias especulativas, donde hallan la posibilidad de desenvolver teorías y disentir sobre toda clase de temas filosóficos y religiosos; además gustan de las ciencias experimentales o la historia trabajada en sus fuentes. Afirma que, lo que realmente place al bogotano es el aprendizaje de idiomas y la lectura de novelas, poesía y periódicos, como también componer epigramas y estrofas; es así como, los bogotanos tienen excelentes librerías, como la Librería Colombiana, que había sido fundada por Salvador Camacho Roldán y Joaquín Emilio Tamayo Restrepo.

Los bogotanos, además, se jactan de hablar el español con pureza y lo más académicamente posible, escribiéndolo, con mayor fineza y corrección, que el resto de Suramérica. Como guardián de esta limpieza literaria actúa la Academia Colombiana, fundada el 10 de mayo de 1871, y correspondiente de la Real Academia de Madrid. Constituye una sociedad de doce literatos, la mayoría de los cuales gozan de fama, pero no todos de talento.

Al respecto de los medios de comunicación, señala que la prensa diaria aparecía en Bogotá con al menos veinte publicaciones periódicas, tanto políticas como de contenido científico. Muchos de los periódicos políticos tenían una brevísima existencia, desapareciendo ya al segundo o tercer número. Como los periódicos no podían vivir del mismo modo que los nuestros, o sea a base de noticias del día y telegramas, concentraban su energía en los artículos de fondo, en estudios literarios, traducciones, desahogos líricos y crónicas locales.

Especial mención merece el Papel Periódico Ilustrado editado con gran constancia y sacrificios por el pintor Alberto Urdaneta, el periódico estaba lleno de valiosas aportaciones a la historia de la cultura y era entonces la única revista quincenal de Colombia. La prensa política experimentó una total transformación después de la revolución de 1885. Antes, había gozado de la más absoluta libertad, luego, en dicho año se empezó a obstaculizar la libertad de las actividades periodísticas. La prensa pasó a depender enteramente del arbitrio del gobierno, que suspendía periódicos y metía a los periodistas en la cárcel o los deportaba, de manera que hasta los conservadores moderados solicitaron la promulgación de una ley menos rígida.

El autor empieza a exponer sus críticas sobre la educación colombiana, en donde afirma que sólo los presidentes liberales, en particular los que gobernaron durante los años 1870 a 1875, dedicaron a la escuela primaria toda su atención, alcanzando notables resultados. Desde que el partido independiente empezó a regir los destinos del país, disminuyó la preocupación por ese problema y vino a decaer, de manera extraordinaria, la enseñanza toda, situación que se podía corroborar en el descenso del número de escuelas y en el adeudamiento de los salarios de los maestros, de manera que la mayor parte de ellos, aunque por sentido del deber siguieron trabajando en sus escuelas, se veían obligados a buscarse otras ocupaciones.

La educación femenina es un aspecto que resalta Röthlisberger, la misma se impartía en la escuela de maestras; a ella ingresaban muchachas del pueblo y de la clase media, que así podían dar satisfacción a su anhelo de saber, pasando además a ocupar una mejor posición social. Los exámenes que presencié demostraban en casi todas las alumnas un grado verdaderamente admirable de seguridad, de claridad mental y dominio de la materia.

Existían escuelas o colegios privados en donde los alumnos vivían en régimen de internado. En el año 1883 existían en Bogotá, aparte de los establecimientos públicos y el seminario sacerdotal, doce colegios para muchachos y nueve para muchachas; los más aristocráticos estaban dirigidas, en su mayoría, por eclesiásticos.

Por su parte, la formación universitaria se adquiría en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario, en la Universidad Nacional y en la Universidad Católica. Estos centros tenían la facultad para otorgar los grados generalmente reconocidos. La Universidad Católica era reciente creación del nuncio papal Agnozzi, expulsado de Suiza en tiempos de Kulturkampf .

El Colegio del Rosario, fundado en 1651 por el monje y arzobispo Cristóbal de Torres, se componía de una especie de liceo o gimnasio y de una Academia de Derecho, donde se estudiaba más rápidamente que en la Universidad. El Rosario tenía entonces una dirección sumamente progresista.

La Universidad Nacional era la primera de Colombia; la Universidad había corrido ya suerte muy diversa. En 1610 fundó el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero una academia a la que llamó Colegio de San Bartolomé y que encomendó a los jesuitas. Estos comenzaron la enseñanza con diez becarios. Su actividad abarcaba principalmente el estudio del latín, la filosofía, el derecho civil romano, el canónico, la moral y la teología dogmática. La academia pasó al estado de Cundinamarca, que en 1867 la entregó a la nación con el propósito de fundar una Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia. Esta se estableció, en efecto, y a fines de 1884 se fusionaron con ella la Escuela de Agronomía, la Escuela Militar, en la cual se formaban unos doscientos cadetes y que hacía a la vez de Escuela de Ingenieros, y finalmente la Escuela de Bellas Artes, donde se enseñaba dibujo, pintura y grabado.

La Universidad adquirió consistencia por la Ley del 23 de marzo de 1880, que creó ya un Ministerio Nacional de Instrucción En el año 1882, cuando Röthlisberger comenzó allí sus actividades docentes, la Universidad constaba de cuatro facultades: la Escuela de Literatura y Filosofía, la Escuela de Derecho o de Jurisprudencia, la Escuela de Ciencias Naturales y la Escuela de Medicina. El rector era el ministro de Instrucción. Bajo su autoridad había dos rectores propiamente dichos, de los cuales uno dirigía las facultades filosófica y jurídica, Instalada en el viejo edificio del Colegio de San Bartolomé y otro las facultades de Ciencias naturales y Medicina. El control de toda la administración y funcionamiento interno correspondía al Consejo Académico, que se elegía por el presidente de la República entre ciudadanos de mérito y constaba de nuevos miembros.

El autor cuenta que, cuando un profesor franqueaba la puerta de la Universidad o penetraba en los claustros del antiguo edificio conventual, el bedel hacía sonar los timbres. Los estudian- tes debían colocarse ordenadamente junto a la puerta del aula para entrar en ella tras el profesor. Se trataba, en su mayoría, de grandes salas con ventanas de escasa altura. Los estudiantes se hallaban sometidos a una tutela bastante estricta. Regla general para todos era que el alumno no fuese admitido a examen ni pudiese pasar a las materias superiores, cuando pesara sobre su conciencia uno de estos hechos: tener cien faltas de asistencia injustificadas o el mismo número de ceros por insuficiencia en los estudios; o bien veinte malas notas de conducta; o bien cien faltas de asistencia por motivo de enfermedad. Todo ello debía tener constancia en el registro que llevaba el catedrático.

De los correctivos que podían imponerse estaban el arresto en el calabozo y la expulsión. Esta última estaba reservada a los alumnos que hubieran hecho uso de armas para herir o amenazar a sus compañeros, o que intervinieran en alguna perturbación del orden público. Para los alumnos menores de dieciséis años, existía en el Colegio de San Bartolomé un internado bajo la inspección de un vicerrector. Los muchachos de talento que hubieran cursado por lo menos tres años en una escuela primaria pública y que se hubieran distinguido por las calificaciones logradas recibían también ayuda por medio de becas, para lo cual, según el reglamento, se comprometían a trabajar más tarde durante tres años al servicio del gobierno. Precisamente estos estudiantes pobres eran nuestros mejores alumnos y nos daban gran satisfacción.

También los profesores de la Universidad, que se contaban entonces en número de cuarenta y tres, se hallaban sujetos a severas normas, toda vez que los rectores disponían su nombramiento y podían recomendar su destitución; en caso de ausencia injustificada, se les debía retirar el sueldo del día correspondiente. El rector procedía solamente contra los profesores que habían incurrido en manifiesta desidia o abandono de sus obligaciones, de lo cual se daban algunos casos; por lo demás, la autoridad rectoral actuaba benignamente, pues la retribución de los profesores era tal que, en la mayoría de los casos, había que darse por satisfecho con que acudiera a explicar sus lecciones. En efecto, sólo tres profesores, en toda la Universidad, estaban consagrados exclusivamente a la docencia. Los demás tenían que ganarse la vida mediante la acumulación de varios cargos , pero el poder dar clases en la Universidad era una distinción muy solicitada.

Sobre las clases, el autor narra que casi todos los alumnos tenían una memoria fuera de lo común, ejercitada desde muy pronto y continuamente. Especialmente aplicados eran los estudiantes de los últimos cursos. En el trato con los compañeros, los estudiantes eran demasiado engreídos como para que entre ellos pudiera crearse una auténtica y grata camaradería. Röthlisberger se asombra al ver que entre los jóvenes no existen las asociaciones estudiantiles.

El año escolar duraba desde febrero hasta principios de diciembre, con una interrupción de algunos días en Semana Santa, luego catorce días a continuación de la fecha de la Independencia -20 de julio-, y algunas festividades religiosas, además de la onomástica de los respetables rectores. En noviembre tenían lugar los exámenes, que durante tres semanas proporcionaban a los profesores un agotador trabajo de varias horas al día. Todo estudiante era examinado de cada materia separadamente; la prueba, oral, duraba por lo menos veinte minutos y estaba a cargo de un jurado de tres examinadores.

Los exámenes de fin de curso culminaban en una sesión solemne de la Universidad en el Aula máxima. Hablaban en tal ocasión el presidente de la República, el ministro de Instrucción y algún profesor, y sus discursos, además del buen contenido, eran de la más fina perfección retórica. Se hallaba presente el Cuerpo Diplomático y lo más selecto de la sociedad bogotana. A los mejores estudiantes se les entregaban recompensas consistentes en obras de gran valor.

Finalizando el capítulo, el autor resalta la importancia de las dotes poéticas colombianas. De esta manera, plasma en su diario de viaje algunos versos de poetas como Diógenes Arrieta y estrofas de canciones de poetas desconocidos. Estos versos en español posteriormente serían traducidos al alemán por el mismo Röthlisberger, en la primera edición del El Dorado.  

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