Capítulo 3 - Colombia y su capital

12.12.2019

En este capítulo el viajero incluyó datos sobre el país, de forma general; empieza a describir la República de Colombia y sus límites: Es un lugar que limita por el noroeste de Suramérica con el Atlántico y el pacífico, por el este, sudeste y sur con Venezuela, Brasil, Perú y Ecuador. Es un territorio que comprende 1´331.875 kilómetros cuadrados, cifra que seria modificada a 1´284.400 kilómetros cuadrados en la edición alemana de 1929 con base en el Atlas de Justus Perthes, publicado en 1926, por cuanto Colombia ya había perdido el istmo de Panamá en 1903. De esta manera, afirma que Colombia es una o dos veces y media mayor que Francia, veintitrés mayor que Suiza y cuarenta mayor que Bélgica.

Luego, retrata la orografía de Colombia, especialmente sus montañas haciendo énfasis en la cordillera de los Andes y su conjunto de cadenas montañosas como el páramo de Sumapaz, la sierra Nevada del Cocuy, el nevado del Ruíz, el páramo de las papas, entre otras. De los Andes apunta que casi por todas partes atesora metales diversos (hierro, cobre, plomo, etc.); especialmente son grandes las minas de oro y plata, en particular en el estado de Antioquia. Resalta de forma particular la importancia de las minas de esmeraldas de Muzo, ubicadas en el departamento de Boyacá, como la más importante del mundo.

El viajero expone, la hidrografía colombiana, los afluentes más importantes de Colombia como el río Atrato, el río Magdalena, el Cauca, el Apure, el Arauca, el Meta, el Guaviare, el Amazonas, el Negro, el Caquetá o Yapura y el Napo. También el viajero se refiere a los diferentes pisos térmicos y las ventajas y desventajas del clima.

Es interesante la descripción que realiza sobre los pueblos y razas que habitan el territorio colombiano. Sobre la población expone que hay ocho millones de personas, es decir que solo un tercio del país se encuentra habitado y cultivado, el resto se encuentra deshabitado y es tierra baldía. Sobre las razas explica que se encuentran presentes tres clases: La americana o india, la negra y la blanca. Sobre la americana o india, cuyo origen es propio del continente y también la raza chino - mongólica afirma que la mayor parte de ellos están civilizados; solo 200.000 indios viven en estado de primitivismo y son los salvajes de los Llanos, de las llanuras pantanosas del Chocó, al norte en los Valles del Atrato y en torno al golfo del Darién, y por último en la península de la Guajira.

Sobre la raza negra, explica que fue traída del África como esclava a principio del siglo XVI para realizar en minas y plantaciones los trabajos que resultaban insanos para los indios y representan una décima parte de la población del país: se hallan en las depresiones y en las regiones más cálidas, en la costa y en las riberas de los ríos. Por último, explica sobre los blancos que son los europeos inmigrados desde la Conquista, especialmente españoles y sus descendientes. El resto de los habitantes, del 45 al 50 por ciento, está integrado por la población de mestizaje: Mulatos, mestizos, y zambos.

Luego de exponer las generalidades de la República colombiana, el autor del diario de viaje realiza una descripción de Bogotá. De esta manera, empieza relatando la historia de su fundación en 1538 por Gonzalo Jiménez de Quesada y la aceptación de esta por parte de Carlos V, quién aprueba el nombre de Santafé de Bogotá en recuerdo del lugar de recreo de los Zipas, jefes de los chibchas, que se denominó Bacatá (Límite extremo de los campos). Afirma Röthlisberger que para 1881, una guía de directorio calculaba la población en 84.000, repartida en 39.000 hombres y 45.000 mujeres. Sobre la geografía e hidrografía de Bogotá se explica que de sus calles y depresiones salen cuatro torrentes que atraviesan o borden la ciudad: los ríos de Fucha, San Agustín, San Francisco y el arzobispo. Sobre estos ríos existen algunos puentes que unen los diferentes barrios de la ciudad.

En Bogotá se encuentra una pendiente muy empinada que se llama Monserrate situada por el norte. Por el sur se encuentra otra denominada Guadalupe. Solo Monserrate, que tiene un Cristo milagroso convoca el domingo a los fieles y penitentes. La ciudad se ha extendido más hacia el sur, recostada en el Guadalupe.

Las vías se dirigen de sur a norte y por ellas se desenvuelve principalmente el tránsito, se llaman carreras, la que van de este a oeste reciben el nombre de calles. Todas las vías son estrechas pues solo tienen de cinco a ocho metros de anchura y sus aceras son muy angostas. Por el centro de casi todas las calles que bajan del monte corrían los caños, una zanja de desagüe, descubierta, pequeña y de escasa profundidad. Estos caños durante las sequías, exhalan horribles olores y se desbordan en épocas de lluvia convirtiéndose en torrentes y dificultando también el tránsito. El autor afirma que, para su época, han desaparecido la mayoría de aquellos caños porque a mediados de los años ochenta se comenzó a canalizar la ciudad, sin embargo, muchas personas se quejan por lo reducido de la red de tuberías.

Sobre la arquitectura bogotana, el profesor suizo describe las casas como feas e insignificantes. Algunas pocas casas tienen miradores. Destaca las casas de las dos vías principales: La calle real y la calle Florián. Las casas, de forma general, constan de una planta única y no son muy altas por miedo a los terremotos y temblores. En los barrios extremos las casas son cabañas; la gente pobre construye sus viviendas con bloque de tierra desecada (adobes) mientras que las cubiertas son de tejas curvas superpuestas en dos hiladas.

Luego de la descripción de la arquitectura capitalina, el viajero empieza a detallar los lugares más importantes de esta como: la Plaza de Bolívar, la Catedral, el Altozano (lugar de encuentro de todos los políticos y charlatanes de la ciudad), el Capitolio, la plaza de San Victorino, la de los Mártires, la Plaza Santander, la Plaza Centenario o de San Diego, entre otros.

Cuenta Röthlisberger que merecen citarse los grandes edificios conventuales, dado que Bogotá no cuenta con otros que sean especialmente notables. Al respecto narra que en 1861 había en Bogotá ocho conventos de frailes y seis de monjas; todo ellos fueron suprimidos. Tomás Cipriano de Mosquera los destinó para alojar a organismos y dependencias oficiales como: La Biblioteca Nacional, La Universidad Nacional que para la época se encontraba repartida entre el antiguo convento de Jesuitas (San Bartolomé) y Santa Inés; la Escuela de Artes Maestras en el convento de Santa Clara, el Correo y el Banco Nacional en Santo Domingo. Los conventos de San Agustín y San Francisco se convirtieron en cuarteles. Finalmente menciona el Observatorio Astronómico, una torre con un aspecto de fortificación, fundado en 1802 por José Celestino Mutis. También menciona y a veces describe lugares como el Palacio Presidencial, el teatro y el panóptico.

El viajero realiza una detallada descripción sobre los medios de transporte en Bogotá. En este apartado, describe sobre todo los carruajes, grandes bueyes con la cerviz uncida bajo un recio yugo, tiran emparejados de las carretas usuales en la Sabana. En especial la calle que conduce al mercado se encuentra atestada de estos vehículos. Los demás medios de transporte son poco numerosos. De cuando en cuando se ve un enorme ómnibus que lleva al campo una familia o un grupo de amigos; son monstruos con capacidad hasta para doce personas y en los que existe el peligro de marearse. Hay también unos viejos cajones con aspecto de coches, en los cuales se hacinan cuatro personas. Coches modernos o calesas, eran muy escasos en Bogotá por aquella época.

Sobre la vida cultural de Bogotá, el autor señala a los personajes que son encontrados en las calles, en donde poco habitan personas de raza negra. En efecto, la gran mayoría de los habitantes de Bogotá que se ven por sus principales calles son mestizos de indio y blanco; mas el grado de mezcla no destaca demasiado marcadamente, pues la mitad de las personas tienen la faz bastante blanca o blanca del todo y no se diferencian por ese detalle de los rostros europeos, que también presentan muchos y variados tintes.

Es importante señalar la descripción que el autor realiza sobre las mujeres bogotanas. Al respecto apunta que las jóvenes bogotanas de raza blanca que se encuentra cuando va de compras o a la iglesia pueden calificarse, en su mayoría, de muy hermosas. Son pequeñas, pero de elegante figura, la que, sin embargo, no se manifiesta suficientemente, debido a que la bogotana viste por la calle de modo muy sencillo; y de negro. Sus atavíos más lujosos los reservan para el salón o el teatro. Del torso a la cabeza están cubiertas por una mantilla. Por su parte Las señoras mayores y las matronas, van también de negro, color que, les sienta muy bien, y no tienen nada que envidiar a las europeas ni en dignidad ni en nobleza de talante.

De los indígenas que habitan la capital afirma que El indio, «civilizado» y «convertido» al cristianismo, lleva toscos calzones de un tejido de fabricación casera. Su camisa está casi siempre sucia. Sobre ella viste la ruana, prenda cuadrada, fuerte y de color oscuro, con una abertura en medio, por donde se introduce la cabeza -el poncho mexicano-. El indio va descalzo o lleva una especie de sandalias -alpargates-. Por su parte las indígenas, raramente rebasan la estatura mediana, pero tienen bastante buena figura, si bien son algo toscas y torpes. Los rasgos y expresión del rostro presentan caracteres de gran regularidad y hasta de hermosura, y el pelo, aunque no muy cuidado, es bello y negrísimo. Su indumento es de lo más sencillo; el torso se cubre con una simple camisa, o a veces con una tosca mantilla negra. En la ciudad las indias trabajan como sirvientas y lavanderas, y entonces van mejor vestidas y más limpias. Pero las viejas presentan un aspecto de lamentable abandono y de suma fealdad. En general, a los indios se les ve en los barrios extremos, agrupados a docenas en algunas de las muchas tabernas o tiendas, de pie junto al mostrador tomando la bebida popular, la chicha, un líquido amarillo y espeso, parecido al vino nuevo y hecho de maíz fermentado; es de fuertes efectos embriagantes. Otros aspectos importantes e interesantes sobre los indígenas son expuestos por el viajero.

El autor expone mes a mes las estaciones climáticas de Bogotá y hace una concienzuda relación sobre los muchos frutos y vegetales que se venden en la plaza de mercado, además de algunas cosas y accesorios para decorar las casas como vajillas, velas de sebo y cantidades de espejos. Resalta que el trato y el regateo se desenvuelven con gran viveza y destaca la importancia del aguardiente que se bebe en las tabernitas vecinas. También, critica la higiene de la plaza de mercado que es pésima, pues la policía sanitaria ha sido casi eliminada en Bogotá por las pedradas de los traviesos muchachos.

Destaca, la carestía de la vida en Bogotá debido a que esta ciudad no es mercantil y todos sus productos vienen de otras partes del país o del mundo, lo que hace que los productos sean costosos. Como es natural, las clases pobres y las paupérrimas son las que sufren en mayor medida los elevados precios de los productos alimenticios y estimulantes, así como los del vestuario. Por tal razón el estado sanitario de Bogotá no es precisamente óptimo. Hay que anotar que los indios viven muy sobriamente y que la naturaleza suministra plátanos baratos, así como papas, yuca, arroz y maíz. Con las muchas privaciones por las que esta gente pasa, con sus vestidos malos e insuficientes, pues falta la adecuada ropa de abrigo, y con la escasez de buenos alojamientos a semejante altitud, la alimentación resulta casi siempre incompleta -carencia casi absoluta de verduras, poquísima y mala carne, y en cambio mucho licor de maíz-, siendo además excesivo el desgaste físico por el trabajo. Por último, como el aseo corporal es deficiente, las enfermedades pueden fácilmente hacer de las suyas y propagarse rápidamente.

El capítulo finaliza cuando el autor de diario concluye que un extranjero se puede adaptar prontamente a las condicione de vida de Bogotá. 

© 2019. Bogotá. Morales - Ramírez - Torres 
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